Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación y consultor político, abrirá el encuentro Bherria del 14 de octubre, con la ponencia marco “#LoQueViene: RESET”. Antoni nos envía este artículo, unas pinceladas de lo que viene…
«Soy un pesimista debido a mi inteligencia, pero un optimista debido a mi voluntad», Antonio Gramsci
La irrupción de la COVID-19 ha arrasado con todo, provocando una crisis múltiple e imprevisible, que impacta en el corto, medio y largo plazo, definiendo un presente complicado y proponiendo un futuro totalmente incierto. En este contexto de incertidumbre y complejidad, la ansiedad por vencer, definitivamente y cuanto antes, a esta pandemia hace que nuestras emociones estén a flor de piel y que se ponga a prueba nuestra paciencia personal y colectiva. El optimismo es una manera de vivir y de afrontar los retos que se plantean. El anhelo por un futuro mejor se extiende en esta nueva era, marcada por el desorden y la sobreexcitación.
Vivimos en sociedades nerviosas, referenciando el ensayo de William Davis, Estados nerviosos: cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, donde explica cómo el debate público se ha contaminado de pánico, excitación y urgencia. Davis nos plantea los desafíos a los que se enfrenta la democracia liberal en los próximos años y la pérdida de la centralidad de los datos y los hechos en la toma decisiones políticas: «Debemos reconocer el problema que supone vivir en este mundo de sensaciones inmediatas en tiempo real. No es que circulen mentiras. Siempre las ha habido. La cuestión reside en el modo en que los nuevos medios y la tecnología han cambiado el paisaje de la realidad», señala.
Una realidad que se muestra tozuda y que exige nuevos modelos de liderazgo que sean empáticos, efectivos y eficaces, sensibles y dispuestos a colaborar de manera transversal y generosa.
Liderazgos con inteligencia emocional, que sean capaces de comprender y gestionar las emociones que van fluyendo, atentos al estado de ánimo social y que puedan atender la diversidad de necesidades y sufrimientos.
La política se enfrenta a un desafío que debe ser más inspirador que imperativo, más ejemplar que coercitivo. Y la ciudadanía se muestra fatigada, pero cree y ansía un futuro mejor. Hace tiempo que el bien común va ganando terreno y mostrando su potencial. Que la resiliencia y la acción colaborativa y solidaria da mejores resultados que la resistencia individual.
Innovar juntos, aprendiendo y compartiendo. Ese es el camino. Cooperar de manera horizontal en espacios comunes sembrados para generar ecosistemas fértiles donde nazcan ideas, proyectos, relaciones… Reconocerse desde el respeto y entender que el día después es hoy y que —para afrontar las vulnerabilidades individuales y colectivas— es mejor estableciendo vínculos, generando sinergias y sumando complicidades.
Se trata de impulsar con fuerza un cambio cultural y de modelo político y social que, aunque se viene sembrando y trabajando desde hace tiempo, ahora más que nunca exige compromiso y responsabilidad para avanzar; unos valores sólidos para afianzarse; y unas habilidades y competencias concretas para lograr el máximo potencial. Un cambio de calado que, hoy, resulta imprescindible.
Organizarse para impulsar y mantener dinámicas colectivas activas es decisivo para la recuperación, la superación y/o para responder con mayor efectividad ante situaciones de emergencia (ya conocidas… o no). Y el paso previo es la escucha activa, el reconocimiento de unos y otros para construir un «nosotros».
Nadie sabe qué nos depara el mañana, pero intuimos algunos de los escenarios y, a pesar de las dudas y la incertidumbre, podemos decidir cómo acercarnos y cómo prepararnos. Con la prudencia como norma, la moderación como actitud, la responsabilidad como principio, la creatividad como motor, la empatía y flexibilidad como bandera y la cooperación como valor, hay que aprender a encontrar, juntos y en espacios compartidos (on y offline), soluciones adecuadas, globales y sostenibles.
El reto exige complicidad, coraje y visión. En un contexto de emergencia, volátil e imprevisible, la praxis política se ha mostrado «insensible» en muchas ocasiones y aquí ha empezado la brecha de legitimidad y de proximidad con la ciudadanía.
Hay que tender puentes desde la política a la ciudadanía, compartiendo un horizonte común para poder cambiar el curso de los acontecimientos, sí. Hay que contribuir a dar una visión moral y ética del compromiso individual, de cada uno de nosotros y nosotras, en el horizonte colectivo, sí. El relato político debe emplazar también a la ciudadanía a pensar y a comprometerse, desde la implicación y el acompañamiento, sí. Pero, sobre todo, hay que confluir en un espacio común, de proximidad y entendimiento real, donde lo público y lo ciudadano sumen fuerza y compromiso para hacer de este epicentro una oportunidad para impulsar iniciativas regeneradoras y transformadoras que se expandan y transciendan al resto de la sociedad.
¿Dónde estamos y hacia dónde queremos ir? ¿Qué podemos hacer, con quién y cómo para cambiar el curso de los acontecimientos, para proponer alternativas y soluciones? ¿Cómo ser coherentes entre lo que somos, lo que decimos que somos y lo que hacemos? ¿Cómo lograr la confianza, el compromiso y la implicación para pasar a la acción?
Conversar, escuchar, compartir, colaborar, tomar conciencia personal y colectiva es un punto de partida esperanzador para trabajar en ello y lograr los objetivos planteados.