La coordinación es el noveno de los diez elementos clave que definen los proyectos de colaboración entre la Administración Pública y la ciudadanía. Desde 2022, hemos explorado conceptos esenciales como “La claridad del propósito”, “La facilitación de procesos”, “La evaluación”, “La comunicación”, “Las formas de colaboración”, “Presupuestos y recursos”, “Grado de apertura” y, más recientemente, la “Hibridación”. En este contexto, la coordinación emerge como una herramienta transformadora que no solo consolida estas iniciativas, sino que también garantiza su sostenibilidad.
En los proyectos colaborativos, la coordinación trasciende su papel operativo para convertirse en un espacio de interacción que promueve el diálogo, articula relaciones de confianza e integra a todos los agentes implicados. Estos espacios requieren estructuras claras pero flexibles, que se adapten a las distintas fases del proyecto y que promuevan una participación activa. Al hacerlo, fortalecen la cohesión comunitaria y aseguran que los objetivos compartidos sean alcanzables.
El núcleo de estos espacios radica en su capacidad para funcionar como verdaderos laboratorios de diálogo, donde se construyen metas comunes y se abordan conflictos desde una perspectiva colectiva. La flexibilidad en las dinámicas de trabajo y la claridad en los roles de quienes participan son esenciales para garantizar el éxito. Sin embargo, una coordinación efectiva exige más que estructuras bien definidas; requiere integrar políticas y acciones que alineen a todas las áreas administrativas y a la ciudadanía bajo un marco común, respondiendo de manera integral a las necesidades locales.
La definición de roles claros, la creación de reglas compartidas y el establecimiento de comités mixtos son herramientas que fortalecen la gestión coordinada. Un ejemplo inspirador de esta dinámica es el Plan de Mejora del Barrio de l’Erm, en Manlleu, donde la colaboración transversal entre áreas municipales y la implicación activa de la ciudadanía transformaron profundamente tanto el entorno físico como las relaciones sociales.
La facilitación estratégica y el liderazgo transversal son centrales para el buen funcionamiento de estos espacios. Las personas facilitadoras actúan como mediadoras, creando un entorno inclusivo y asegurando que todas las voces sean escuchadas. Este rol resulta especialmente relevante en las primeras etapas del proyecto, cuando las expectativas y objetivos aún están en proceso de alineación. Por su parte, un liderazgo participativo que combine habilidades técnicas y relacionales puede fomentar un clima de confianza y cooperación, como lo demuestra nuevamente el caso de Manlleu, donde un liderazgo comprometido catalizó procesos inclusivos y sostenibles.
La sostenibilidad de los proyectos de colaboración público-social está estrechamente vinculada a una gestión eficiente de los recursos, la transparencia y una comunicación clara. Ajustar expectativas, fomentar un relato compartido e incluir todas las perspectivas son pasos indispensables para construir relaciones de confianza que aseguren el éxito a largo plazo.
La coordinación, concebida como un proceso dinámico y adaptativo, no solo contribuye a la viabilidad de los proyectos, sino que transforma las relaciones entre la Administración Pública y la ciudadanía. Este enfoque fortalece los lazos comunitarios y promueve una gobernanza más inclusiva y efectiva, impulsando el cambio social desde una base sólida de colaboración y compromiso mutuo.