Iñaki García, psicoterapeuta experto en salud mental, y coordinador de Erain Cooperativa abordará, el 14 de octubre en Bherria Topaketa, los caminos de colaboración entre lo público y lo social desde la perspectiva de los cuidados y el sostenimiento de la vida. Iñaki llega con la intuición de que el diálogo entre lo PÚBLICO y lo SOCIAL es un potente generador del COMÚN.
La irrupción de la pandemia generada por la COVID-19 ha hecho emerger en el espacio público una nueva mirada sobre la asunción de la vulnerabilidad de la vida.
Al menos en el contexto de las sociedades postindustriales occidentales, y a pesar de la percepción de la amenaza de la crisis económica y del calentamiento global, el imaginario público de las clases medias ha estado sujeto por la concepción de la seguridad y el control sobre las propias vidas cotidianas, sobre todo en el periodo previo a la crisis del 2008.
Sin embargo, que un minúsculo e invisible virus haya puesto patas arriba el mundo tal y como lo conocíamos, y que hayamos inaugurado un “nueva normalidad”, que comienza a no ser tan nueva, nos ha llevado a darnos cuenta de la presencia del malestar, de la muerte, de la incertidumbre en nuestro cotidiano, en una forma globalizada, como no habíamos conocido.
La vulnerabilidad de la vida ha entrado en la agenda pública, y de este modo van tomando relevancia aspectos relacionados con la vida cotidiana y los cuidados: la preocupación por la sanidad pública, por las residencias de ancianos, por la salud mental, los suicidios, por la muerte digna… Comenzamos a percibir que somos vulnerables y que otra vida puede ser vivida.
En este sentido, y tal y como afirma Yayo Herrero (https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6292633)
(…) cada persona, desde que nace hasta que muere, depende absolutamente de que haya otros seres humanos que cuiden de ese cuerpo vulnerable en el que vivimos encarnados, sobre todo en algunos momentos del ciclo vital. La cultura dominante permanece ajena no solo a los límites, sino también a la inmanencia y la vulnerabilidad de cada cuerpo en solitario. Ha construido una especie de idea de transcendencia, como si cada uno de nosotros pudiéramos concebirnos como emancipados de la naturaleza y de nuestro propio cuerpo. No es así. Vivimos en la naturaleza y vivimos en nuestro cuerpo, que envejece, que enferma, que tiene que ser cuidado. Y si es posible que algunas personas piensen que pueden vivir emancipadas de la naturaleza y del cuerpo, es porque en otros lugares hay sujetos subordinados, invisibilizados, que se ocupan de sostener esa vida.
En este sentido, la presencia del virus y el despliegue de las políticas de contención del mismo, han colocado el asunto de la salud mental y los cuidados dentro del espacio público, en un proceso de creciente toma de consciencia sobre la relación entre nuestro estilo de vida y los malestares que vivimos, de la mano de movimientos como los de los Grupos de Apoyo Mutuo y del movimiento feminista que han puesto el foco en los contextos sociales que nos atraviesan, rompiendo la concepción individualista o medicalizada hegemónica.
Si consideramos el cuidado como un eje vertebrador del Estado del Bienestar (el famoso cuarto pilar) conocemos los riesgos de implementar lógicas neoliberales en la gestión del cuidado delegando los mismos dentro del ámbito privado, tal y como hemos podido percibir en todos aquellos espacios sanitarios, sociales o educativos en los que la gestión de dichos recursos ha caído en lógicas de mercado y de beneficio, que han redundado en una lastimosa caída de los estándares de calidad de atención y de generalización de la precariedad laboral.
La salud, como otros bienes, sufren lo que David Harvey describió como procesos de cercamiento: fuertes privatizaciones de aquello que es común para la extracción y multiplicación de beneficios de unos pocos. Estos procesos de cercamiento, no ocurren solamente en el ámbito de la salud desde la oferta pública (gestión hospitalaria, de recursos públicos…) sino también en relación a los determinantes sociales de la salud: el acceso a la vivienda, el diseño urbanístico de nuestras ciudades, la precarización laboral, o la desigualdad son factores poderosos que influyen sobre la salud comunitaria.
Además de los procesos de cercamiento, el enfoque de los comunes sobre la salud corre el riesgo de ser desplazado por la concepción securitaria en la que pivotan las políticas de gestión de la pandemia. Con la articulación de discursos bélicos y prácticas eminentemente policiales, se ha ha creado un marco de sospecha alrededor de la salud pública, alentando actitudes de vigilancia entre los vecinos y vecinas, bajo la concepción de que la salud es un asunto que corresponde al Estado y no a la comunidad. En contraste con este prisma han sido las prácticas comunitarias de cuidados y de promoción de la salud las que han ofertado un paradigma de producción de los comunes, donde entendemos que las prácticas colaborativas entre lo comunitario y lo público tienen un papel protagonista.
En palabras de Raquel Martínez Buján (https://investigacionesregionales.org/es/article/cuidados-con-sentido-comun-desafios-vacios-y-contradicciones/)
(…) “las fronteras que separan las experiencias comunitarias del Estado, la familia o el sector privado no están claras y los bordes se muestran difusos. Las combinaciones entre “lo público” y “lo común” parecen múltiples: pueden darse por la propia auto-gestión, pueden crearse a partir de organizaciones no gubernamentales o asociaciones de distinto signo, pero también parece activarse cuando los poderes públicos municipales se asocian con las redes vecinales y ciudadanas. Todo ello demuestra que la comunidad se ha convertido ya en una de las agendas imprescindibles para evaluar la organización social de los cuidados”
Y es que, en los últimos años, y especialmente tras la irrupción de la pandemia, se han desplegado diversas de redes comunitarias para la provisión de cuidados en muchas ciudades. Se trata de iniciativas colectivas que abarcan ámbitos muy diversos (prevención de soledades no deseadas, espacios de crianza compartida o el fomento de una alimentación saludable y de proximidad…).
En relación a todas ellas, el trabajo de investigación que plantemos en Bherria tiene por objeto explorar los efectos que la colaboración público-social han generado a partir del conocimiento de aquellas iniciativas de cuidados y de promoción de la salud mental.
Trataremos de repensar colectivamente cuáles serían las claves a partir de las que desarrollar caminos de colaboración entre lo público y lo social desde una perspectiva del sostenimiento de la vida, desde la intuición de que el diálogo entre lo PÚBLICO y lo SOCIAL es un potente generador del COMÚN.