Implicar genera complicidad

Más que conclusiones… aprendizajes, matizaciones, sofisticar preguntas, reconocerse en las realidades, problemáticas y avances del resto. Poner luz y foco. Identificar señales. Cierta sensación de que quizá eso que tenemos entre manos aún es algo informe y mutante, pero que lo estamos engendrando colectivamente. Ser conscientes de que somos más de las que pensábamos (tanto a nivel técnico, como político y desde la sociedad civil). No estamos tan solas. Eso, aunque no soluciona las muchas vicisitudes del día a día, si las hace más llevaderas. El reto es no pensarnos como islas, sino sabernos y sentirnos archipiélago.

Ese es quizá el mayor “resultado” del tránsito por el primer ágora de Bherria. Probablemente un sentir que acompañe todo el camino por el resto de ágoras. Pero no anticipemos acontecimientos. Mantengámonos abiertas a la sorpresa por lo que pueda venir.

Y tratemos de interiorizar lo ya sucedido. Para ello, compongamos un texto que trate de encarnar las voces colectivas, las conversaciones sucedidas. Fijémonos en las señales del camino, para remarcarlo y rememorar lo caminado. Identifiquemos algunos hitos o temas que han aparecido con más fuerza o han generado más inquietud.

Entender lo que somos para poder transformarnos

En esta edición de Bherria, lo que somos en gran medida es administración pública, trabajadoras en ayuntamientos, principalmente a nivel técnico, pero algunas también a nivel político. Personas críticas y autocríticas con la forma de desplegar la función pública, pero también reconocedoras de los avances de la criatura. Miembros de estructuras garantistas y burocratizadas que no son fáciles de mover, pero que aunque a veces no nos lo parezca (o nos nos resulte suficiente), van intentando transformarse, adaptarse. Y si mantenemos la mirada y prestamos atención, veremos que ¡se mueven! Los cambios se notan: presupuestos participativos, mecanismos de control social, transparencia, rendición de cuentas, etc. Y son cambios que además perduran, que van modificando de forma ¿irreversible? el proceder político y técnico, haciendo que el diseño, seguimiento y evaluación de políticas públicas no participadas, carezca cada vez más, de prestigio o reconocimiento desde la ciudadanía.

Pero aún hay mucho por hacer: asumir ciertos riesgos, ser menos rígida y más ágil y flexible, probar, aprender haciendo, atender lo emergente, operar de formas más transversales e interrelacionadas hacia dentro y hacia afuera… La institución necesita no estar tan orientada al resultado a corto plazo y dar más valor a los procesos y al poso que estos van dejando a medio y largo (¿cómo conjugar esto con los ritmos y las agendas políticas?). La institución también necesita dar un paso atrás, para que la ciudadanía pueda ganar terreno en la gestión de lo público y lo común, aumentando así la corresponsabilidad de las partes (¿cómo desinstitucionalizar la institución sin que esto suponga su desmantelamiento? y a la vez ¿cómo reactivar a una ciudadanía que mayoritariamente se ha acostumbrado a delegar en las instituciones muchas de las cuestiones que le afectan?).

Participar debe ser un derecho civil más de todas las personas (ya decidirán estás si lo ejercen o no)

Las instituciones, por tanto, deberían asegurar que este derecho pueda ser ejercido, poner las condiciones materiales e inmateriales para ello (informar, disponer de recursos y herramientas adecuadas, etc.).

Y hablando de participación ciudadana dentro del marco institucional, es necesario hacer un proceso de apertura y pedagogía desde las propias instituciones, para que la ciudadanía pueda conocer mejor su lógica de funcionamiento, sus normas y procedimientos, sus tiempos, para saber situarse respecto a ello.

Además, se requieren marcos de actuación y reglas claras. Para a partir de ahí, generar un clima de confianza que posibilite ir modulando los procesos garantistas con marcos cerrados y fines concretos, para ir llegando a acuerdos que permitan mayor flexibilidad y más margen para la informalidad, así como la redefinición de los resultados sobre la marcha.

Entre la representación colectiva y la representación individual

Hay muchas personas en nuestros municipios con ganas de participar, de comprometerse, con conciencia de ser ciudadanas activas. Esa potencia, ese derecho, ese deseo de participar, hay que canalizarlo, hacerlo operativo.

Lo fundamental es atender a la diversidad, que en los procesos estén presentes los distintos agentes afectados. Huir de espacios en los que siempre participan lOs mismOs, regular lo sobrerrepresentado y subrepresentado, reconocer a los agentes formales de representación colectiva, pero también a los agentes informales y dar lugar a los agentes subalternos (todo el mundo tiene derecho a participar, no solo quien considera pertinente la institución).

Y también hay que manejar la tensión entre lo colectivo y lo individual, sacando partido a las identidades múltiples (todas somos muchas cosas diferentes según el momento; hay que saber modular y poner en valor esa pluralidad de pertenencias y representatividades, potenciando todas sus facetas y particularidades, sin reprimirlas).

Todo estos agentes deberían conformar una especie de bandada de estorninos, que logran comportamientos globales complejos partiendo de tres reglas muy simples pero fundamentales: 1) mantenerse lo suficientemente lejos como para evitar colisionar con sus vecinos; 2) mantenerse lo suficientemente cerca como para no alejarse de sus vecinos; y 3) ser capaces de seguir la misma dirección que marque el resto del grupo. Pero ¿podemos los humanos comportarnos como estorninos para buscar un objetivo común? ¿tenemos una voluntad clara de colaboración? ¿estamos preparadas para operar como un agente colectivo y no solo como un grupo de individuos? ¿estamos dispuestas a buscar nuestro sitio en el mundo, contribuyendo también a que otros puedan hacerlo, aprendiendo, desarrollando habilidades de vida como la comprensión de las emociones, la autogestión, la resiliencia y la conciencia plena?

Ensalada de intereses

Perseguir un objetivo, un interés común, no tiene por qué dejar de lado los intereses particulares. Al contrario, la mejor forma de buscar el interés común es buscando a la vez cumplir los intereses de cada una de las partes. Es importante que en los procesos se puedan trabajar los intereses individuales, tratarlos de forma legítima, para que no se pongan en juego de forma soterrada.

Por lo general, la gestión de intereses no está exenta de conflictos. No tenemos que tenerles miedo. Debemos saber entenderlos como oportunidades que desvelan tensiones y cuestiones emergentes. Pero por lo general, desde las instituciones si algo no se quiere, es tener conflictos. Por eso es muy importante saber canalizar y gestionar los posibles conflictos, para que no se desencadenen de forma violenta sino de forma productiva; y para ello hay que dotarse de herramientas que habitualmente no tenemos y/o no sabemos manejar (muchas de ellas ligadas a la inteligencia emocional).

Juntarnos con los que (creemos que) menos nos entienden

Todo esto va de personas y sí, “los interventores” también son personas. Hablan otro lenguaje diferente al nuestro, pero eso no significa que no podamos entendernos. Es un problema de querer comunicarse, de dedicar tiempo a escucharse e intentar comprenderse, de traducir e interpretar, de empatizar entre las partes. Los interventores y otros eslabones duros de la correa administrativa, están ahí para contribuir al despliegue de lo público. Para alinear objetivos debemos ser capaces de incluirles, comprometerles, afectarles. Intentar que nos entiendan, pero también entenderles. No llegar donde ellos al final del proceso, sino buscar su participación y complicidad desde el inicio. Para eso son muy interesantes espacios mixtos de reconocimiento y aprendizaje mutuo, también con participación de agentes ciudadanos. Una muy buena referencia sobre esto son por ejemplo las jornadas  Cómo tramitar un unicornio, que este año se celebraron en Zaragoza.

El tiempo ¿nuestro peor enemigo?

En nuestras sociedades estresadas una de las cosas de las que más se carece es de tiempo. Nadie tiene tiempo, ni quienes convocan los procesos, ni quienes tienen que activarlos y gestionarlos, ni quienes tienen que acudir a participar en ellos. Paradójicamente, no hay tiempo pero si hay prisa, mucha prisa. O peor aún, al principio todo va muy lento, no avanza y de repente… se precipita.

Por lo general, no se dedica el tiempo requerido para los procesos participativos, siempre hay problemas de agenda, pero también de organización de plazos y de agilidad en los procesos administrativos. Por otro lado, hay inadecuación entre las agendas políticas, técnicas y de la sociedad; y dificultad de ajuste de ritmos, de horarios, de disposiciones. Además, suele pasar que algo extraordinario -como a día de hoy todavía siguen siendo por lo general los procesos participativos-, no encaja en la gestión ordinaria de la administración.

Así, el tiempo se suele convertir en una de las grandes trabas. Por eso es una cuestión fundamental a tratar. Una ecuación que si se resuelve para lograr una gestión sostenible, puede además resolver de forma colateral otras muchas cuestiones (cuidar más los procesos y relaciones, mejorar la comunicación y compenetración entre las partes, corresponsabilidad entre los distintos agentes …).

Un ejercicio que todas las partes quizá deberíamos hacer, es aprender a relativizar el tiempo y así, aprender a relativizar otras cuestiones que tienen que ver con la gestión, el orden y el control.

Del gobernar al habitar

Y es que la institución -el tipo de institución que mayoritariamente conocemos para administrarnos-, está muy basada en la planificación, la normativa y el control o la lógica racional. Un modelo que parece no satisfacernos y que además tampoco hay indicios de que funcione del todo bien, pero que se entiende como el terreno seguro del “más vale lo malo conocido”. Porque lo otro nos da demasiado miedo. Un miedo que debemos superar individual y colectivamente, creando monstruos, para entender y atravesar nuestros límites y convenciones, y poner en valor las anomalías.

Un proceso de superación que pueda liberarnos del corsé que supone el paradigma del gobernar, para avanzar, como propone Amador Fernández Savater, hacia un paradigma del habitar, en el que buscar el lugar que ocupar es ya en sí parte del proceso. Un proceso que pueda llevarnos hacia relaciones de nueva institucionalidad, con mayor tolerancia hacia la (y deseo de ) informalidad, flexibilidad y autonomía. Un proceso en el que ir testeando niveles de (des)regularización; que deje espacio para lo no articulado, para las formas de representatividad periférica, para lo subalterno. Un proceso en el que se vayan configurando espacios y formatos para la participación, en los que las normas nos las pongamos entre todas y puedan cambiarse. Normas que sean un pacto, no una cárcel, que faciliten el flujo en lugar de cortarlo. Procesos y normas para las que ,como en casi todo, se trata de encontrar el equilibrio, un equilibrio que además no se puede fijar, sino que es dinámico

En ese sentido, en las conversaciones del ágora sonaba bien la ecuación: el QUÉ marca el QUIÉN, cuánto más concreto es el primero mejor identificas lo segundo, y más fácil se fijan las estrategias (CÓMOs). Una fórmula que debe tener muy en cuenta, que si bien es cierto que las personas tienden a unirse en torno a una tarea concreta (QUÉ), esta tarea no es sino en gran medida el reclamo, no el fin (o solo uno de los fines, probablemente el más finalista), pero también es una gran oportunidad para abrir otras muchas puertas. Una fórmula sin receta, que solo se debe aplicar de manera contextual y situada; combinando lo formal con lo informal, lo pactado y lo emergente; escuchando el proceso en cada fase, para atender en cada momento las necesidades y reajustar objetivos y metodologías. Una fórmula que pone en juego las tecnologías blandas, esas que tienen que ver con cómo nos organizamos, cómo nos comportamos, cómo nos comunicamos, en definitiva, cómo nos relacionamos; y que muchas veces quedan minusvaloradas frente a otras tecnologías de la participación.

Ser comunidad de práctica

Pero pasar del gobernar al habitar no es fácil. Llevamos muchos años instaladas en el paradigma normativo. Para encaminarnos hacia el otro, a todas (instituciones, ciudadanía, técnicas, políticas, movimientos ciudadanos), nos falta recorrido y aprendizaje, nos falta cultura de experimentación.

Desde las instituciones, que es la posición que nos ocupa ahora en Bheria, es necesario dar pasos atrás, soltar cuerda (para que otros agentes puedan ganar terreno), es necesario trabajar mucho más los preliminares y saber entender los ritmos (más allá del ritmo propio). Y sobre todo, falta volver a ganarse la credibilidad, la confianza de la ciudadanía, para que pueda brotar un verdadero sentimiento de corresponsabilidad, para que el bien común y el auzolana sea entendido como mucho más que un eslogan.

Una manera práctica de avanzar en esto es aprender (una vez más) del feminismo y reconocer lo político en lo personal. Y desde ahí, buscar las maneras de afrontar estas transformaciones individuales en colectivo, acompañándonos en los procesos de transformación, compartiendo fortalezas y vulnerabilidades.

Habitar el cambio practicándolo. Ser algo de lo que Bherria ya se siente podría ser un prototipo germinal (y que se podría desplegar con más potencia), como es una Comunidad de Práctica. Un entorno de aprendizaje compartido en el que distintas personas -a la vez que se reconocen y establecen redes de confianza-, investigan y experimentan de manera práctica sobre cuestiones concretas que les interesan, de manera informal, interactuando e intercambiando saberes, generando inteligencia colectiva, socializando experiencias y generando transferencia.

Jugar y lenguajear

Para terminar, no olvidarse de incorporar lo lúdico. Jugar nos abre puertas, nos permite abandonar las pautas convencionales. Jugar nos libera y hace fluir la imaginación. Jugar también nos ayuda a ser comunidad. Jugar y jugar también con las palabras. Porque para entendernos, no hay por qué renunciar a la exuberancia del lenguaje. Jugando aparecen palabras que abren universos y que componen un nuevo transicionario. Jugando nos encontramos con cuidadanía, participasión, atrabesarse, vulnerhabilidad, sostevidabilidad, fallondizaje… Y para quienes piensan que no estamos hablando suficiente de economía, jugando nos encontramos con la ecosinuestra.

Ricardo Antón. Entre el «Preferiría no hacerlo» y el ¡No puedo parar! Licenciado en Bellas Artes y Máster de Marketing por la UPV-EHU; tallerista en Arteleku, maestro ignorante y des-artista. Así como uno de los habitantes de ColaBoraBora. Una de mis características es que veo muy mal, pero (quizá por eso) algunas de mis principales capacidades tienen que ver con aportar mirada crítica, visión sintética y enfoque sistémico.

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