Reencuentro con la democracia a través de la gobernanza colaborativa

Xabier Barandiaran es licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad de Deusto y doctor en Sociología. Actualmente, compagina su labor docente en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto, con la de asesor de estrategia del Diputado General de Gipuzkoa. Además, es impulsor del proyecto Etorkizuna Eraikiz.

 

No descubro nada nuevo si afirmo que el actual modelo de desarrollo global ha generado nuevas condiciones para la construcción de realidades económicas, sociales y políticas. Esta realidad que emerge fundamentalmente con la revolución tecnológica de la segunda mitad del siglo XX ha impactado de una manera determinante en las democracias liberales del mundo occidental. En los inicios de la tercera década del siglo XXI nos enfrentamos a esta enorme crisis de transformación. ¿En qué consiste este profundo cambio?

Básicamente se trata de una redefinición de los espacios de interacción (económica, social y política), una modificación de las formas de interacción (con un proceso creciente de digitalización) y una modificación de la velocidad en la que se desarrollan las interacciones entre los seres humanos (creciente aceleración); esta redefinición de espacios ha influido de manera decisiva en el estado nacional: en las economías nacionales, en las instituciones democráticas nacionales y en las soberanías nacionales. Las empresas tractoras compiten globalmente, los estados han perdido capacidad para incidir desde lo público y las personas tenemos menos capacidad para incidir en la realidad económica y social de nuestras respectivas comunidades políticas.

Las consecuencias del actual modelo de desarrollo global son claras: insostenibilidad desde el punto de vista medioambiental, lucha geoestratégica por los recursos naturales, crecientes desigualdades sociales, concentración de la actividad en las grandes ciudades, enormes dificultades para mantener el estado de bienestar, movimientos migratorios, brecha digital y sociedades más diversas y complejas; sociedades en las que los valores, las formas de relación y la acción social en general vienen condicionadas por la sociedad de consumo y los valores individualistas. Los valores y los registros de acción de la lógica de las sociedades de consumo alcanzan a interacciones sociales que van más allá de las transacciones económicas (la comunicación pública es un buen ejemplo de ello) y están condicionando su desarrollo desde el punto de vista democrático. El imaginario de una comunidad política (como un envase perfecto) que se dota así misma de unas reglas de juego para organizar la acción pública, la acción económica y la vida social (con un sistema homogéneo de normas y valores) nunca existió salvo como categoría analítica y/o paradigma de gestión; la realidad siempre ha sido más compleja. Pero ahora nos enfrentamos a las consecuencias de unas fuerzas que han dinamitado el estado-nación. Toda crisis de transformación significa el final de algo y el comienzo de otra cosa y genera procesos de decadencia, procesos emergentes, miedo, incertidumbre y…. oportunidades.

El elefante es demasiado grande para digerirlo en un único acto. En este contexto de crisis y de transformación de las democracias liberales me interesa especialmente abordar la cuestión del espacio público como el escenario dónde se produce el debate y la deliberación pública; las instituciones públicas tienen problemas a la hora de representar y gestionar una realidad cada vez más compleja pero, el mayor problema reside en el vaciado que se está produciendo en las comunidades políticas a través de la desvinculación de las personas respecto de estas; esa desvinculación desestructura la comunicación entre la ciudadanía, las instancias de intermediación y las estructuras de representación institucional; esta desestructuración de raíz impide la configuración de un terreno de juego común dónde se puedan desarrollar los procesos de diálogo y de deliberación; esta es la fuente de alimentación fundamental de la desconfianza política; una desafección política que presenta unas comunidades políticas cada vez con menor capital social, interacciones políticas más pobres, legitimaciones de naturaleza instrumental y un lenguaje que simplifica la construcción social de la realidad y lo ajusta a parámetros del ciudadano consumidor.

Frente a esta situación hay quien quiere regresar a una casa que ya no existe y hay quien apela a la necesidad de institucionalizar nuevas arquitecturas que den respuestas a necesidades futuras. No se puede construir el futuro desde el miedo y la nostalgia y creo que los populismos no son sino el reflejo de ese enfado, miedo y de esa nostalgia; cambiarán las arquitecturas, pero, la democracia sigue siendo el mejor destino y sigue siendo la mejor vía para alcanzar escenarios de convivencia que garanticen la seguridad, libertad y la igualdad de oportunidades. La Gobernanza Colaborativa busca ese reencuentro democrático que permita ir cohesionando la comunidad política y fortaleciendo la capacidad de acción colectiva. Cuando hablamos del proceso de Gobernanza Colaborativa nos referimos al proceso de deliberación y acción compartida que vincula a las instituciones públicas, sociedad organizada y sociedad civil con el objetivo de fortalecer el ecosistema de las políticas públicas en el contexto de un espacio público compartido, a través de la generación de capital social y desde una nueva cultura política. La Gobernanza Colaborativa nos remite, por lo tanto, a la búsqueda de nuevos modelos para la gestión del espacio público y de las políticas públicas para hacer frente al déficit de capital democrático que viven las sociedades avanzadas.

Frente a la idea de un poder gestionado en exclusiva, la gobernanza colaborativa implica redefinir nuevos espacios deliberativos y de decisión (sin que la legitimidad de la representación democrática se resienta) que implique nuevos actores (tanto de la sociedad organizada como individuales); implica también la creación de una nueva cultura política en la que la colaboración genere más capital social (confianza) y autorresponsabilidad que permita la creación de sistemas amplios orientados al desarrollo de políticas públicas que no pueden ser abordadas en exclusiva por la administración pública por la complejidad que requiere abordar una determinada misión (por ejemplo, la lucha contra los efectos del cambio climático o el desarrollo de un sistema competitivo de un territorio). Hay que crear nuevos espacios para pensar, decidir y abordar las políticas públicas.

Es más fácil hablar de gobernanza colaborativa que practicar la gobernanza colaborativa y para llevarlo a cabo hay dos requisitos fundamentales: renunciar a la instrumentalización de la gobernanza colaborativa como herramienta de comunicación política al servicio de la obtención de mayores réditos electorales y superar ese desgraciado estadio de lo políticamente correcto en el que tendemos a instalarnos en no pocas ocasiones. Finalmente, en la medida en que la gobernanza colaborativa implica una transición hacía nuevos “qué”-s y nuevos “cómo”-s está obligada incorporar espacios de “reflexividad”, de “experimentación activa” y de “creación compartida”. La Gobernanza Colaborativa resulta un proceso de innovación social donde la prueba, el error y el riesgo son parte ineludible de la ecuación. La democracia, más que un sistema estático, debe convertirse, hoy más que nunca, en un proceso dinámico de cambio y adaptación que nos permita abordar los retos de futuro.

Xabier Barandiaran forma parte de la Topaketa 2023, donde celebramos el 5º aniversario de Bherria. Tendrá un diálogo inspirador junto con Gala Pin acerca de las claves de la colaboración público-social y cómo abordar los retos de futuro. Si quieres unirte puedes inscribirte aquí:

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