Susana Moliner, licenciada en Ciencias Políticas, es productora cultural y experta en el diseño y puesta en marcha de procesos comunitarios. Para ella, la facilitación implica enriquecer, conectar y descentrar nuestra vivencia de la realidad. Tiene una extensa experiencia en el diseño e implementación de programas de aprendizaje y experimentación artística en diversos entornos culturales. Fundadora de la plataforma GRIGRI dedicada a la investigación y creación cultural que centra su área de actuación en el diseño participativo, la intervención urbana y los procesos comunitarios de carácter transdisciplinar.
En este artículo resume parte del contenido trabajado en la sesión de Prestakuntza en la que abordamos las claves para la facilitación de procesos de colaboración Público-Social.
Cuando haces una búsqueda en Internet sobre ¿qué es la facilitación? encontramos que “facilitar es hacer fácil o posible la ejecución de algo o la consecución de un fin” o que es una “actividad que contribuye de manera positiva a que grupos de personas trabajen de manera cooperativa y efectiva..”
Bien dicho pero…. ¿De qué manera ésto se aterriza para que esta facilitación pueda ser consecuente con las complejidades de nuestros procesos participativos situados en contextos territoriales específicos? ¿Cómo generar relaciones de confianza y reciprocidad en dichos procesos? ¿Qué caracteriza un proceso de participación abierto, poroso y amoroso? ¿Cuáles son las claves para el diseño de un proceso de facilitación de este tipo? ¿Cómo generar un re-encantamiento y apropiación de estos procesos de participación por parte de las personas que se involucran? ¿Cómo lidiar con la apertura del proceso y la consecución de los objetivos propuestos?
Desde GRIGRI, tras varios años intensamente inmersas en entornos de trabajo colaborativo, hemos podido comprobar que no hay una receta única e infalible para estos procesos vivos, contextuales y llenos de matices y particularidades, sino que más bien nos funciona guíarnos por la intuición, la humildad, y la atención. Modos de hacer, gestos, posicionamientos que nos han posibilitado generar la suficiente confianza, legitimidad y reconocimiento para que esa cooperación efectiva entre personas diferentes pueda suceder tal y como se describe en la definición que citábamos al inicio de este texto.
Así, en la sesión de Bherria Prestakuntza dedicada a la facilitación que realizamos el pasado 23 de junio, compartimos un antidecálogo de la facilitación, rescantando con ese “anti-” como una apuesta por lo incompleto, lo imperfecto y lo indisciplinar como base para que las experiencias de facilitación comunitaria se lleven a cabo desde la escucha, la apertura y la porosidad y para aliarse, enriquecerse y completarse con aquellos otros aprendizajes y experiencias que ya existen en cada territorio concreto. Proponíamos entonces 10+1 propuestas que, tras la sesión, se convirtieron en 10+2:
1. Explicar la utilidad de lo que hacemos y los objetivos que queremos alcanzar no solo al inicio del proceso sino volviendo sobre ello en cada una de las sesiones, transformándose y enriqueciéndose así esos objetivos gracias a las aportaciones de las personas implicadas. Así mismo, indicar y recordar las diferentes formas de entrar en el proceso: horarios, espacios, dinámicas… ser pesada pero maja 😉
2. No dar nada por hecho, trabajar el proceso de facilitación desde una mirada periférica y holística. Tener un posicionamiento empático, ponerse constantemente en lugar de las personas que participan para ir atinando el rumbo de nuestro barco, y completarlo con un punto de extrañamiento de tu función como facilitador. Estar atenta, tanto a lo que ocurre dentro del proceso como a lo que sucede a nuestro alrededor. Tal y como afirma la filósofa Simone Weil “La atención es la más extraña y más pura forma de generosidad”.
3. Cuidar a cada persona a través de gestos de reconocimiento y ternura, mirándonos y sonriendo más a los ojos 🙂 Por supuesto que habrá gente con la que tendremos mayor o menor afinidad pero cada una de ellas está aportando su tiempo al proceso y, por lo tanto, es necesario explicitar nuestra posición de agradecimiento. Es una cuestión ética y efectiva. Reconocer lo valioso de la aportación de cada persona ayuda sin duda al proceso de participación, además de que contribuye a visibilizar otras capacidades más allá de las reconocidas socialmente.
4. Estar abiertas a lo imprevisto y a lo que no está pautado en nuestra metodología y, al mismo tiempo, quizás lo más difícil y emocionante, no perder la brújula del proceso. Ser conscientes de la finitud de los objetivos y tiempos de que disponemos para llegar a nuestro puerto.
5. Reconocer y dar valor públicamente a las aportaciones de las participantes a través de espacios de puesta en común. Poniendo atención, de nuevo atención 😉 a quien habla y quien no habla, y asegurarse de mencionar, citar, nombrar los nombres de las personas participantes. En ese sentido un proceso de facilitación puede ser la oportunidad de recoger otras voces singulares, otras miradas, extremadamente ricas para la compresión de los procesos sociales.
6. Asumir que una buena facilitación desborda los horarios establecidos previamente, las relacionesx que se tejen pueden seguir estando vivas una vez que el proceso finalice. Esos mimbres y esos vínculos pueden seguir siendo parte de otros procesos comunitarios. Aunque está claro que tenemos que poner límites por parte del equipo de facilitación, es importante, incluso vital, hacernos cargo de la necesidad de adaptarnos a los tiempos, lugares y modos de hacer de la comunidad de personas con la que se quiere activar un proceso de facilitación.
7. Al inicio del proceso es muy útil compartir los saberes de las participantes así como del equipo de facilitación. Ante la tendencia imperante a la privatización del conocimiento y el fomento de la competencia el proceso de facilitación puede ser un espacio en el que reconocer otro tipo de saberes. Por eso resultará muy práctico habilitar, al inicio del proceso, un banco de saberes que no esté forzosamente ligado a conocimientos técnicos…Saber cocinar un buen guiso, o tener risa fácil puede abrir un espacio de proximidad y cercanía súper útil para poner en marcha un proceso comunitario, subrayando que todas tenemos un conocimiento importante para el proceso, y que, por lo tanto, el proceso es útil para todas.
8. El proceso de facilitación también como un proceso de reparación y terapia colectiva, el sistema en el que vivimos nos aísla y promueve la desconfianza hacia el otro y hacia nosotras mismas. No vamos a resolver las desigualdades estructurales pero sí podemos activar un espacio curativo, de reencantamiento en el que volvemos a creer que sabemos y podemos trabajar juntas.
9. Evitar, en lo posible, utilizar el proceso para confirmar nuestra hipótesis inicial. Intentar dejar espacio “vacío” para aprender, sorprendernos y acoger lo imprevisto, resultado del buen hacer de la facilitación, y de este modo, las participantes se sentirán, y sabrán, que están siendo parte en un proceso único y valioso.
10. Promover la corresponsabilidad de los resultados del proceso a todas las personas participantes, y hacernos cargo, como entidad convocante, de lo que implica prever los posibles horizontes que se pueden abrir y en la medida de lo posible realizar un seguimiento tras la finalización del proceso de participación.
11. El diseño metodológico de la facilitación tiene que contaminarse del contexto en el que se sitúa. No es posible replicar – hacer un corta y pega – de la facilitación hecha en otro lugar. Será necesario, por lo tanto, adherirse del contexto, no tener miedo a nombrar de otra manera – más adecuada a lo particular del territorio – las fases o el propio proceso de facilitación o a deslocalizar las acciones y acudir a los lugares donde están las personas.
12. Mimar la comunicación y estética del proceso. Realizar este tipo de activaciones con la ciudadanía debe estar acompañado con mimo en todo lo que se refiere a la visualización del proceso, el “brilli.brilli” gráfico también es fundamental para subrayar la dignidad que ya de por sí tiene y merece.
Un antidecálogo que, tal y como comentó una de las participantes en la sesión, quiere contribuir a que las prácticas de facilitación sean como el zirimiri, una lluvia fina e incansable que, más allá de vaivenes políticos y presupuestarios, continúa cayendo persistente e incesante, hasta calarnos por completo, casi sin que nos hayamos dado cuenta. Un posicionamiento ético y estético para unos procesos de trabajo comunitario que busquen y posibiliten tentativas de emancipación social.